Las noches son lo más difícil

Author: Gabriela Clayton /

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Las noches son lo más difícil. Te atormentas, lloras y ríes, lloras mientras ríes. Lloras y ríes al mismo tiempo en un sinsentido. Estiras los brazos esperando que alguien te atrape en tu caída libre.

Ese maldito olor a hierro, ferroso que corta el interior de la nariz está de nuevo manchando tus brazos, y tu suelo... tan blanco. La carta final ha cambiado tantas veces que terminas por escribir simplemente “gracias” y firmas siempre del mismo modo, con una cara sonriente. Esperas a que el frío recorra tu espalda y quieres vomitar tu alma, te retuerces en el suelo, pero peor castigo es para ti seguir de este lado. Una vez más has fallado.

Un súbito suspiro te despierta y el reguero te envuelve, marrón y pegajoso, un desorden que tienes que limpiar porque te has jurado no hacer de esto un escándalo, simplemente deseas desaparecer, y en tu egoísmo, dejar de pensar en lo que pasará después. En la locura y el desconsuelo, en las lágrimas que crees no merecer. Después de todo, si ha sido tu decisión ellos deberían sentirse felices de que has encontrado la libertad.

Duele pero te repites como mantra que “¿qué es un último dolor antes de dejar de sentirlo para siempre?”, y sientes el metal por debajo de la piel, y sientes la sangre escurrirte y de pronto crees que sangras por las manos, por la boca y por los ojos, pues sólo alcanzas a ver el rojo de tu propia ceguera. En donde sólo ves a un Anubis cruel y un ángel cobarde, en donde sólo ves fracaso que piensas inminente. No hay luz.

El apocalipsis resuena “on repeat”, tu teatral desenlace sólo puede ser acompañado por un puñado de canadienses renegados. Una y otra vez las guitarras y los cellos de Godspeed You! Black Emperor te hacen trizas, por fuera te destazan, por dentro te confortan. Y sientes frío y un poco de miedo, abres los ojos hasta que las figuras no sean más que manchas y esperas, ingenuo, que por fin sea el día.

Pero no... te han castigado otra vez, te quedas de este lado.

Piensas, insensato, que algo ha de estar deparado para ti y que por eso te han dejado en el lugar en donde estás, pero al día siguiente tan brillante pensamiento es penumbra nuevamente.

Luego ríes del modo imprudente en el que deseas morir.

Luego lo intentas otra vez. Y te aferras a tu hoja de afeitar.

A veces te avergüenzan las marcas que solo te has provocado, a veces te yergues orondo y las presumes como heridas de guerra, y ni tú mismo te entiendes.

Tus alas de cera se han derretido, Ícaro defectuoso que quiso alcanzar al sol, y te caes de bruces al suelo y ni las manos metes, ahí te quedas. Esperando... esperando.

Sueñas, entre pesadillas y alguno que otro pensamiento dulce, puedes dormir. Porque dormir es lo más parecido que existe a la muerte.

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dupla

Author: Gabriela Clayton /

Dos escritos chafas, el primero algo contradictorio en sí mismo, el segundo es más un relato...

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Es que no te puedo ver, no te quiero ver. Aléjate. Déjame.

Es que no te puedo sonreír, no cuando has sido tú quien ha borrado la expresión de mi rostro.

No me toques, no me hables, no me mires. Ya no te puedo ver.

Estoy cansado de fracasar, debo comenzar de nuevo... lejos de aquí, lejos de ti. Ya cometí demasiados errores, ya me hundí, ya me ahogué. Ya morí. Quiero descansar en paz.

Ni tú al que había elegido para salvarme, ni aquel que destruyó mi vida por completo, ninguno de los dos dejan que finalmente pueda dormir.

No hay segundas oportunidades, sólo una línea difusa que no sé si continuar dibujando, que tantas veces he pretendido abandonar. No se renace, no se reinicia, se vive con los lastres lo que dure este viaje. Mis equipaje ya pesa demasiado cuando tan sólo he dado un par de pasos.

Mis piernas están rotas, y la dignidad me prohíbe seguir arrastrándome. Ya no más. Porque estoy cansado de perder y sangrar, estoy cansado de sentirme postrado en una cama recuperándome de heridas inútiles de guerras inútiles. Estoy cansado...

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Abrir los ojos, pararse de golpe hasta recibir un madrazo de sangre en la cabeza y marearse. Incorporarse, descalzo sentir la humedad del suelo, algo pegajoso y con un fuerte olor a hierro. La boca también me sabe a metal, siento entumecidas las manos... la piel está reseca, algo tiesa. Mis ojos abiertos... y a pesar de todo no veo nada. Me muevo con torpeza, tropiezo, las piernas me fallan y la fuerza me abandona. Camino a tientas, cayendo, escucho crujir algo, probablemente mi rodilla que una vez más se ha impactado contra el suelo. No puedo respirar pero un maldito instinto humano me hace querer seguir, sobrevivir aunque ordeno a mi subconsciente que deje de luchar. No siento nada, sólo un zumbido en mi oído y mi tabique nasal atrofiado. No siento nada, excepto angustia. Entre seguir luchando y luchar para dejar de hacerlo, el alma se me carcome. Con el tacto, maltrecho y maltratado encuentro un interruptor y la luz me deja ciego, más de lo que ya estaba. Miro mis manos, completamente marrón, el olor a hierro me ha seguido... miro hacia atrás y mis pies han dejado huellas impresas en miel escarlata. No sé de dónde proviene el reguero; miro mis manos otra vez como si en ellas estuviera la respuesta, en ellas está la respuesta, ahora no brota nada de ellas, pero mis pálidos brazos están cubiertos por sangre, mi propia sangre y al ver las largas heridas comprendo que ha pasado. Me miro en el espejo, decepcionado, mi expresión es cansada, no triste, no enojada, sólo y simplemente cansada. Tengo la cara un poco sucia, y sonrío al verme. Qué tonto fui, si todo me ha salido mal, ¿cómo pretendía que esto, precisamente esto me saliera bien?. Y me quedé... una vez más, ahí, parado mirando mi deshecho semblante.

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