Pero te quise

Author: Gabriela Clayton /

Algo para terminar el año, si visitan Ash Cities pueden ver el conteo de mis discos predilectos...

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Pero te quise

Por los días un suplicio, de quien ha de tocar el fuego sabiendo que se va a quemar, el del gladiador derrotado, moribundo y ensangrentado, el de alas negras y ojos de chacal. Por las noches un martirio, incisivas melodías amargas y una voz tristemente canadiense, montañas hechas de neblina, caballos en el cielo y un río hecho de nieve derretida. Por las madrugadas estaba el frío y el tormento, un sopor incalculable que me apretaba el pecho hasta no dejarme respirar y la navaja ensangrentada entre mis dedos, traviesos y siniestros. Era todo rojo, tan rojo que me dejaba ciego. Mis maldiciones al cielo no fueron suficientemente fuertes y caminaba por el nirvana para siempre regresar. Mi alma por la boca se escurría y por mis venas la vida se fugaba. Nunca se terminó de fugar.

Abrir los ojos era un castigo, yo era la víctima más terrible, la que simplemente no puede morir y aquí se ha de quedar. Por los días era todo bruma, por las noches esperanza obscura al pensar que esa luna se pintaría escarlata y que el cielo lloraría.

Pero nunca lloraba por mí, sólo lo miraba desplomarse por alguien más. Y el cuerpo cansado, la vida rota y los ojos nublados no me permitían seguir, pero seguía porque no había más opción.

Un trozo de mí tirado en vano y pisoteado, terrible y desesperado, muriendo enterrado en vida y arañando su ataúd de clavos de oro. Pudriéndose y apestando a tristeza, simplemente no lo pude salvar.

Mutilado pues, seguí caminando por inercia, cojeando y tropezando, cada vez rompiéndome más huesos, cada vez muriendo un poco... y un poco más, hasta caer (casi) muerto.

Y maldije todas esas veces y gritaba otras tantas, pidiendo que el dolor por fin se esfumara, pero se quedaba y se quedaba, se enterraba en mis músculos, en mi piel y en mi muy maltratado corazón, y se anidaba y ahí se quedaría, ahí sigue habitando, pero me he acostumbrado a su compañía.

Padecí lo indecible y al borde de la muerte tus ojos negros seguían tendiendo algo de valor, y tu sonrisa, malvada ya para ese entonces, aun lograba iluminarme la mirada.

Sufrí porque te quise mal, pero te quise.

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