Algo para terminar el año, si visitan Ash Cities pueden ver el conteo de mis discos predilectos...
Abrir los ojos era un castigo, yo era la víctima más terrible, la que simplemente no puede morir y aquí se ha de quedar. Por los días era todo bruma, por las noches esperanza obscura al pensar que esa luna se pintaría escarlata y que el cielo lloraría.
Pero nunca lloraba por mí, sólo lo miraba desplomarse por alguien más. Y el cuerpo cansado, la vida rota y los ojos nublados no me permitían seguir, pero seguía porque no había más opción.
Un trozo de mí tirado en vano y pisoteado, terrible y desesperado, muriendo enterrado en vida y arañando su ataúd de clavos de oro. Pudriéndose y apestando a tristeza, simplemente no lo pude salvar.
Mutilado pues, seguí caminando por inercia, cojeando y tropezando, cada vez rompiéndome más huesos, cada vez muriendo un poco... y un poco más, hasta caer (casi) muerto.
Y maldije todas esas veces y gritaba otras tantas, pidiendo que el dolor por fin se esfumara, pero se quedaba y se quedaba, se enterraba en mis músculos, en mi piel y en mi muy maltratado corazón, y se anidaba y ahí se quedaría, ahí sigue habitando, pero me he acostumbrado a su compañía.
Padecí lo indecible y al borde de la muerte tus ojos negros seguían tendiendo algo de valor, y tu sonrisa, malvada ya para ese entonces, aun lograba iluminarme la mirada.
Sufrí porque te quise mal, pero te quise.
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Pero te quise
Por los días un suplicio, de quien ha de tocar el fuego sabiendo que se va a quemar, el del gladiador derrotado, moribundo y ensangrentado, el de alas negras y ojos de chacal. Por las noches un martirio, incisivas melodías amargas y una voz tristemente canadiense, montañas hechas de neblina, caballos en el cielo y un río hecho de nieve derretida. Por las madrugadas estaba el frío y el tormento, un sopor incalculable que me apretaba el pecho hasta no dejarme respirar y la navaja ensangrentada entre mis dedos, traviesos y siniestros. Era todo rojo, tan rojo que me dejaba ciego. Mis maldiciones al cielo no fueron suficientemente fuertes y caminaba por el nirvana para siempre regresar. Mi alma por la boca se escurría y por mis venas la vida se fugaba. Nunca se terminó de fugar.Abrir los ojos era un castigo, yo era la víctima más terrible, la que simplemente no puede morir y aquí se ha de quedar. Por los días era todo bruma, por las noches esperanza obscura al pensar que esa luna se pintaría escarlata y que el cielo lloraría.
Pero nunca lloraba por mí, sólo lo miraba desplomarse por alguien más. Y el cuerpo cansado, la vida rota y los ojos nublados no me permitían seguir, pero seguía porque no había más opción.
Un trozo de mí tirado en vano y pisoteado, terrible y desesperado, muriendo enterrado en vida y arañando su ataúd de clavos de oro. Pudriéndose y apestando a tristeza, simplemente no lo pude salvar.
Mutilado pues, seguí caminando por inercia, cojeando y tropezando, cada vez rompiéndome más huesos, cada vez muriendo un poco... y un poco más, hasta caer (casi) muerto.
Y maldije todas esas veces y gritaba otras tantas, pidiendo que el dolor por fin se esfumara, pero se quedaba y se quedaba, se enterraba en mis músculos, en mi piel y en mi muy maltratado corazón, y se anidaba y ahí se quedaría, ahí sigue habitando, pero me he acostumbrado a su compañía.
Padecí lo indecible y al borde de la muerte tus ojos negros seguían tendiendo algo de valor, y tu sonrisa, malvada ya para ese entonces, aun lograba iluminarme la mirada.
Sufrí porque te quise mal, pero te quise.
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