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Me he enamorado, tan sólo dos veces pero tan juntas y tan unidas que no sé distinguirlas, y no sé separarlas. Me he enamorado, tan sólo dos veces y ambas tan diferentes y contradictorias que me cuesta trabajo entenderme. Tan opuestas que puedo enumerar sus diferencias con facilidad y hacer una lista de los puntos en común que no tardaría en acabar.
La primera de un Anubis vacío de ojos azabache y cabello de ceniza, la segunda de un ángel cobarde que alguna vez empuñó una espada para defenderme y después simplemente la clavó en mi pecho. La primera tan absurda, la segunda tan anunciada, la primera tan desastrosa, la segunda un tanto más tierna, la primera un enredo, la segunda con trágico final, la primera dolorosa a cada día, la segunda un terrible destello de dolor que se apagó rápido, la primera obstinada, la segunda contenida, la primera de sus ojos, la segunda de su alma, la primera de su boca, la segunda de su noble corazón, la primera en sangre derramada, la segunda en sanación, la primera en gritos a oídos sordos, la segunda con sabor a polvo.
Sin embargo, en ambas el final ha sido el mismo y he comprendido que enamorarme me hace daño y me enloquece. He comprendido que es ese poder sobrehumano que no soy capaz de comprender ni de manejar. Me he enamora, sí... tan sólo dos veces.
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