después de una semi ausencia, algo cortito y sin título...
El deseo egoísta de perdurar como el shock, el bárbaro que corta las cabezas de la sensatez, montado pues en un caballo de hocico sangrando. Los ojos clavados en la tierra, mirando dentro y mirando nada, la frente contra el suelo, pegada al frío destierro.
El deseo impulsivo de prevalecer como la imagen de Manet, como el hallazgo siniestro tres días después. La boca inundada y seca por igual, el olor a mugre y sudor, los pequeños trozos de hierro y plomo perforando narices y pulmones.
El deseo imprudente de desaparecer, mientras el resto del mundo sigue girando, primeros respiros y enfermos terminales que esperan la muerte, primeros besos y un último adiós de un marinero a su (quincuagésima) amante.
El sueño de no querer soñar, ni una sola vez más, cansado, harto, podrido y callado, no cometer el tonto anhelo de tropezar con piedras que se repiten como deja vús aleatorios. Mirar las manos cubiertas de tierra y limpiarse el lodo de las costras de heridas ya viejas.
La difícil decisión de moverse por inercia, de parecer que se hace inconsciente pero lo has pensado detenidamente, mil veces, un millón de ellas, y ninguna es una respuesta. Siempre hay preguntas que terminan por destrozar la cordura, preferir interrogar a asustarse al mirar los resultados. Nunca favorables, tampoco desastrosos por completo. Darse cuenta que uno se cae, se levanta, sangra, sana, mira sus marcas, cuenta su historia por medio de ellas y sigue caminando.
-:-
El deseo egoísta de perdurar como el shock, el bárbaro que corta las cabezas de la sensatez, montado pues en un caballo de hocico sangrando. Los ojos clavados en la tierra, mirando dentro y mirando nada, la frente contra el suelo, pegada al frío destierro.
El deseo impulsivo de prevalecer como la imagen de Manet, como el hallazgo siniestro tres días después. La boca inundada y seca por igual, el olor a mugre y sudor, los pequeños trozos de hierro y plomo perforando narices y pulmones.
El deseo imprudente de desaparecer, mientras el resto del mundo sigue girando, primeros respiros y enfermos terminales que esperan la muerte, primeros besos y un último adiós de un marinero a su (quincuagésima) amante.
El sueño de no querer soñar, ni una sola vez más, cansado, harto, podrido y callado, no cometer el tonto anhelo de tropezar con piedras que se repiten como deja vús aleatorios. Mirar las manos cubiertas de tierra y limpiarse el lodo de las costras de heridas ya viejas.
La difícil decisión de moverse por inercia, de parecer que se hace inconsciente pero lo has pensado detenidamente, mil veces, un millón de ellas, y ninguna es una respuesta. Siempre hay preguntas que terminan por destrozar la cordura, preferir interrogar a asustarse al mirar los resultados. Nunca favorables, tampoco desastrosos por completo. Darse cuenta que uno se cae, se levanta, sangra, sana, mira sus marcas, cuenta su historia por medio de ellas y sigue caminando.
0 palmadas en la espalda:
Publicar un comentario