Y para qué soñar si al final te destruyes, y todo te hace trizas. Algo en tu corazón se muere, se queda ahí hasta que los gusanos se lo comen, y aún así todo sigue pareciendo igual de ingenuo, un juego, inocente, no se aprende una lección, sólo se cae de nuevo por infinitas las veces. Mirando como se moja el suelo, y recordando como antes el alma fue partida en dos de un sólo tajo. La sangre en tus manos, y en tu boca, y en tus ojos, y en el suelo. Todo es el recordatorio del pasado. Nada hubo, nada fue, sólo rojo. Rojo como el de los cardenales que cantan parados en un alambre de puas, en un desierto sin agua, y sin risas, y sin nada. Los pies son grietas, la lengua no habla, está seca, y los ojos se han quedado finalmente ciegos.
Luego viene el recuerdo, y un pasto crece más verde que nunca. La ciudad poblada por voces y por música, conducen aún a callejones empedrados, sin salida. Nunca hubo salida, no se pudo fabricar. Y no se pudo poner alas a máquinas que simplemente no pueden volar.
Caminar, por una muerte pendiendo sobre la cabeza, con una muerte pendiendo de la rama más retorcida del árbol más nuevo. Joven, verde, débil. Cómo encomendarle tal misión a mis propios defectos.
Entablar conversación parece inútil, ya ni siquiera vale la pena el intento. Hay una pared blanca en la cual azotar la cabeza parece más llamativo. El pasado sigue asfixiando, el tiempo no ha transcurrido, éste se detuvo en cada cicatriz y en cada nueva herida, que son tantas que contabilizarlas es tarea imposible. Tantas cicatricez que de vez en cuando se abren, y supuran.
Y para qué soñar si al final es sólo eso, fantasías que se escapan de entre los dedos. Ni humo, ni ceniza, sólo vagos despojos de lo patético de la vida.
Luego viene el recuerdo, y un pasto crece más verde que nunca. La ciudad poblada por voces y por música, conducen aún a callejones empedrados, sin salida. Nunca hubo salida, no se pudo fabricar. Y no se pudo poner alas a máquinas que simplemente no pueden volar.
Caminar, por una muerte pendiendo sobre la cabeza, con una muerte pendiendo de la rama más retorcida del árbol más nuevo. Joven, verde, débil. Cómo encomendarle tal misión a mis propios defectos.
Entablar conversación parece inútil, ya ni siquiera vale la pena el intento. Hay una pared blanca en la cual azotar la cabeza parece más llamativo. El pasado sigue asfixiando, el tiempo no ha transcurrido, éste se detuvo en cada cicatriz y en cada nueva herida, que son tantas que contabilizarlas es tarea imposible. Tantas cicatricez que de vez en cuando se abren, y supuran.
Y para qué soñar si al final es sólo eso, fantasías que se escapan de entre los dedos. Ni humo, ni ceniza, sólo vagos despojos de lo patético de la vida.